13 de septiembre de 2010
Víctor Balcells es un genio
21 de mayo de 2010
Es la dificultad que encierra
Aún así, he caído. No parece que combinen mal
16 de abril de 2010
Un preámbulo propiciatorio
Mullocks, casa de subastas, hace pública hoy una imagen en la que aparecen un joven Adolf Hitler de 20 años y un más experimentado Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, de 39, enfrentándose sobre el tablero. Supuestamente, el grabado habría sido realizado por la profesora de dibujo del propio Hitler. Está fechado en 1909, en Viena, y -atención- se dice que está firmado tanto por la autora como por ambos personajes. A mí me suena a montaje demasiado obvio. Aún así, alguien va a pagar unos 60.000 euros por él. Lo que es bastante raro porque, de no haber fake de por medio, debería tener un valor -creo- bastante superior. Veremos en qué termina esta historia.
Hitler y Lenin jugando al ajedrez en Viena, 1909
Lo cierto es que la imagen suscita varias preguntas: ¿Sobre qué conversaban? ¿Cuántas partidas habrán jugado juntos? ¿Les importaba más ganar o no perder? ¿Quién tenía el estilo más agresivo? ¿Serían buenos amigos? Nunca antes, creo, la simbólica del ajedrez primera, la que ve en las piezas hombres de carne y hueso, tuvo tanto poder propiciatorio.
Además, ahora que sabemos que Lenin vivía a pocos pasos del cabaré Voltaire -donde actuaba con frecuencia- y que era muy amigo de Tzara (en efecto, se ha hipotetizado que uno escribiese las obras del otro y que entre ellos hubiese más que amistad: Dominique Noguez, Lenine Dada, Península, 2009), ¿es descabellado suponer que Hitler se sintiese atraído por el movimiento en el que participaba tan activamente su compañero de tablero y que, en un giro radical, se opusiese a él más tarde? En realidad, sería algo muy propio de los Bildungsroman que tanto le gustaban. En el deseo de construirse una biografía siguiendo los patrones de la mejor tradición alemana es díficil negar que un giro así encaja a la perfección. Habría que analizar detenidamente la actitud contradictoria que tenía Hitler frente al arte, porque mientras por un lado creía que al artista no se le podía juzgar políticamente ya que su profesión lo incapacitaba para el pensamiento político, por otro escribía en Mein Kampf:
"Hace sesenta años hubiera sido inconcebible un descalabro político de la magnitud actual, no menos inconcebible hubiera sido el derrumbamiento cultural que empezó a revelarse a partir de 1900 en concepciones futuristas y cubistas. Sesenta años atrás hubiese resultado sencillamente imposible una exposición de las llamadas “expresiones Dadaístas” y sus organizadores hubieran ido a parar a una casa de orates, en tanto que hoy, llegan incluso a presidir instituciones artísticas. Anomalías semejantes llegaron a observarse en Alemania casi en todos los dominios del arte y de la cultura. Daba la triste medida de nuestra decadencia interna el hecho de que no era posible permitir que la juventud visitase la mayoría de estos pseudo centros artísticos, lo cual quedaba publica y descaradamente establecido al utilizarse la conocida placa de prevención: “entrada prohibida para menores”. Considérese que se tienen que observar medidas de precaución precisamente en aquellos lugares que debían estar destinados sobre todo a la ilustración y educación de la juventud y no a la diversión de círculos viejos y pervertidos. ¿Qué hubiera exclamado Schiller ante tal estado de cosas y con que indignación hubiese Goethe vuelto las espaldas?"
Además, él mismo está en Viena en 1909, cuando se juega esta partida, viviendo de lo que su genio creativo produce. Su relación con el arte es, pues, muy problemática. Habrá que esperar a que algún crítico psicoanalista decida investigar los pasajes en los que Hitler habla sobre creación artística y Dadá para ver si en ellos detecta algún indicio de que se hubiese sentido atraído por esta corriente. De ser así su mandato y sus acciones habría que narrarlos desde otra óptica. Un relato que tal vez podría iniciarse repondiendo a la pregunta de si es posible que la frustracción artística del dictador lo empujase a emprender la obra total.
Aún hay más: si alguna vez estuvo Adolf interesado en dadá y se aproximó a él no sería extraño que hubiese actuado en alguno de los cafés del grupo. O que participase, siquiera como satélite, de cuerpo presente o ausente (mediante cartas en las que le cuentan lo que se habló, quienes estaban, lo que pasaba, etc...) en sus reuniones. Novelistas, ponéos a trabajar. ¡Víctor Balcells Matas, mañana a primera hora quiero un relato sobre la mesa de mi despacho!
Atención a Hitler que juega -claro- con arias, (¿habrá dirigido las negras alguna vez?) y que ya tiene el rey acorralado. Los rusos atacan. Los soviéticos.