28 de abril de 2010

Pobre cartero español

En el momento en que el ajedrez era considerado un elemento sociopolítico clave –sobre todo en lo concerniente a las relaciones internacionales–, España se mostró profundamente hispánica. Durante la Guerra Fría, ajedrecistas de todo el mundo competían por la primacía mundial sobre el tablero, mientras prensa, radio y televisión llevaban a cabo su trabajo asumiendo una ecuación bien simple que reproducían a escala mundial: el país que poseía al mejor ajedrecista poseía el primado mundial en una práctica intelectual de excelencia, lo que aumentaba su prestigio exponencialmente. Ese ansiado aumento de prestigio era útil y significativo: de un lado fomentaba la consideración por parte de otras naciones, predisponiéndolas, en caso de que fuese necesario, a la eventualidad de un liderazgo; de otro, estimulaba la emulación en un panorama donde la emulación de un sistema de gobierno garantizaba la estabilidad político-económica de la potencia central. En ese contexto se explica el despliegue publicitario, la cobertura mediática del match por el título mundial del 72 entre Fischer y Spassky; también lo hacen los ingentes gastos de la U.R.S.S. por mantener su liderazgo en el universo ajedrecístico.

En este momento de gran burocratización del ajedrez, los jugadores eran considerados la punta del iceberg de un sistema trabado. Intocables figuras para las que un nutrido grupo de hombres trabajaban con un esmero comparable al que se aplicaba en el desarrollo de tecnología aeroespacial. Representaban el cuerpo de una nación, que se alegraba y padecía con ellos y/o por ellos. Eran constructores de reputación. De otro modo, biografiar a un adolescente que ni era noble, ni hijo de viejos falangistas, ni tenía sangre real, no se explica.




Portada de la biografía de Arturito Pomar.
Fuentes, Juan M. y Ganzo, Julio, La vida de Arturito Pomar, Madrid, 1946.


El franquismo glorificó y luego olvidó a Arturito. De 1940 –cuando contaba con diez años– a 1966 fue figura recurrente de los NO-DO. Un Urtain ajedrecístico al que jamás se le permitió llegar adonde hubiese podido (según muchos, campeón del mundo. Esto en la época de Alekhine, Fischer…) ¿Por qué? Bueno, mientras sus rivales viajaban con numerosos preparadores, analistas, entrenadores, teóricos, diplomáticos, etc., toda una corte cuyo cometido final era trabajar por la reputación nacional, Pomar iba a los torneos acompañado por su madre. Sólo por su madre. Las consecuencias eran obvias: cuando una partida finalizaba, Fischer, Alekhine, Portisch, Fine, Geller, etc… volvían a su cuarto a descansar, mientras su equipo repasaba el enfrentamiento y extraía valiosas conclusiones que a la mañana siguiente le eran comunicadas a un fresco y preparado Fischer, Alekhine, Portisch, Fine, Geller, etc… Sin embargo, nuestro Arturito hacía el trabajo solo, en su habitación, de noche. Jugaba por el día y analizaba por la noche. No dormía. Y por eso la inercia de sus torneos importantes era siempre la misma: empezaba derrotando a rivales de gran categoría y al final perdía contra gente de nivel inferior, pues no podía con su alma: estaba derrengado.

Profundamente hispánica la actitud de España con Arturito: glorifica al mejor talento de la nación pero no le presta ayuda financiera alguna; lo envía sólo con su madre, cual Quijote con complejo edípico, a enfrentarse a los grandes monstruos –intelectuales y burocráticos- del momento; cuando está machacado –intelectual y físicamente- deja de aparecer en el NO-DO y se le deja languidecer sin ningún tipo de ayuda.

En la escena donde se cuajaba la reputación internacional de un país Pomar y su madre llevaban el peso de representar a la España pretendidamente grande del franquismo. Los dirigentes, conscientes de ello, les dispensaban recepciones oficiales y multitudinarias en Barajas, entre los aplausos de un público que tal vez se extrañaba al ver a Arturito bajarse sólo (sin equipo ajedrecístico, se entiende) del avión. Tal vez creía que era un avión sólo para él, que su equipo venía en otro porque convenía mantener los rostros que luchaban por la reputación de España en el anonimato, a buen recaudo de masones ladinos, conspiradores judaizantes y demás enemigos de la unidad patria. España era una nación grande. Arturito era el elegido para demostrarlo, junto con Urtain, Massiel y el Real Madrid. Para cumplir su misión, sólo tenía que pedir permiso a su jefe en la oficina de correos en la que trabajaba. Le era concedido suspendiéndole el sueldo a cambio de volver con algún obsequio; entonces ya podía coger el avión, que él mismo se sufragaba, y pelear por el título. Garra. También falta de planificación económica, rusticidad, hipocresía y mal gobierno: los calificativos son muchos y no bastan para explicar la mirada de este hombre. «Pobre cartero español –le dice Fischer en el 62, tras una larga y reñida partida que había terminado en tablas-, con lo bien que juegas tendrás que volver a poner sellos cuando acabe el torneo»







2 comentarios:

Pablo S. dijo...

Jod... Dimitri, al final vas a hacer que me emocione.

Juan Escourido dijo...

Es para llorar, ¡para llorar!

Hoy colgaré el final de la biografía de Arturito, una declaración de intenciones que muestra el amplio trecho entre las palabras y los hechos. También la dedicatoria, A España, de otra de sus biografías. Ambas se publicaron cuadno el niño tenía 15 años. Y ambas contienen perlas como que el niño no era capaz de aprender la lengua del Imperio Británico, pero mantenía ocnversaciones en latín con sacerdotes a los 13 años.

Ama a tu país, Pablo, ámalo, ámalo, ámalo