El próximo viernes, día 23, se celebra en Madrid la Noche de los Libros. Tal vez no es lo mejor -ni para autores ni para lectores- acumular una infinidad de eventos en un sólo día teniendo en cuenta que los humanos no somos ubicuos ni podemos ser ubicuos. No obstante, ese día, sumándonos a la ingente programación, estaremos Eduardo Scala y un servidor en la Librería Arrebato (c/ La Palma, 21, metro Tribunal), a las 20. 45, presentando la reedición de La Semilla de Sissa (Delirio, 2010) y celebrando una ceremonia escaquística en la que se comulgará con semillas del Ganges para recordar la leyenda del brahmán que da título a la obra. Para esta entrada del blog, he decidido que lo mejor es ofrecer un extracto del prólogo que he titulado El AjedreZ, terra violata; sobre el poeta en sí habría mucho que decir en muy poco espacio (para su obra visual-verbal Felipe Muriel, Hermetismo y Visualidad, Visor, 2004; para su obra ajedrecistíca, además del libro que presentamos se editará en breve El juZgador de ajedrez); sobre la Semilla, para aquellos que no la conozcan y esta reedición suponga un descubrimiento, hay que decir que la Editorial Delirio ha puesto un empeño enorme en mantenerse fiel a las exigencias formales y numerológicas tan caras al autor. Os esperamos.
El AjedreZ, terra violata [extracto]
Juan Escourido-Muriel
Joseph Needham confiaba en que algún día un antropólogo social produciría una historia que demostrase, casi biológicamente, la conexión genética entre el ajedrez y la estructura común de las técnicas rituales de adivinación. Alfonso X veía reflejado en el microcosmos de la partida el determinismo que rige el macrocosmos universal, convencido como estaba de que el conocimiento de la dimensión divina del tablero daría a «los entendudos […] que saben el Arte de la Astronomía» el poder de predecir el futuro. Al-Mas’udi escribía que cierto rey de la India de nombre Bahit «hizo de este juego una suerte de alegoría de los cuerpos celestes al consagrar cada pieza a un astro» y defendía en su Kitab Murug al-dahab wa-maadin al-gawhar (Libro de las praderas de oro y las minas de piedras preciosas) que el tablero circular, zodiacal, del ajedrez, compuesto por doce escaques (una de sus tantas variantes) había que entenderlo y jugarlo desplazando siete piezas – los cinco planetas, la luna y el sol – sobre los signos del ochavo cielo que lo conforman.
Eduardo Scala recitando una apertura española, postrado sobre un ajedrez, bajo sus Columnas de Tiempo
En este universo simbólico que provoca la permeabilidad metafórica del ajedrez, uno de los tópicos – tal vez el más recurrente y el que, por vía de insistencia, ha llegado a convertirse en emblema – es el que lo considera un juego de guerra, la figuración de una batalla entre dos bandos enemigos. Suposición errada –digámoslo ya, si bien Eduardo Scala lo dice mejor y con mayor fuerza– ya que no se desarrolla la partida sobre el Cuadrado Mágico de Marte, sino sobre el de Mercurio. En efecto, en el ajedrez aparecen las fuerzas del Ying y el Yang, del semen (piezas blancas) y la sangre (piezas bermejas), del yo y el otro. Pero ese enfrentamiento es la primera ilusión del jugador incapaz de intuir el flujo de continuidad, comunión o danza, que subyace a las fuerzas en concurso. Si alguna batalla refleja el ajedrez es la del ajedrecista contra sí mismo, en una guerra interior, ideal y silenciosa –como precisa el autor de este libro-escaque– situada bajo el signo del «ars combinatoria», no del marcial combate. La partida no es agon; es más bien rito iniciático, místico Camino de Perfección.
El origen de este equívoco, que todavía hoy alimenta la visión carnicera del juego, se explica en las páginas de este libro; es más, su discusión y rebate constituyen su jácena. El autor, cuidadoso como un Rey Sabio con los aspectos numerológicos que encierran su tratado, no por casualidad sitúa en el número 88 este aforismo: «El A-Z no es un juego de guerra, de desgarramiento dualista, sino de unificación mercurial. Juego tántrico: la sustancia única – principio masculino y femenino – en un constante coitus». Ocho, 8, número-infinito, como humanamente infinitas son las posibilidades combinatorias de la partida o el trigo que el brahmán Sissa merece por haber inventado el juego; 8x8, los 64 escaques del tablero, la sublimación de la dualidad ilusoria del universo y el patrón de las dimensiones del Cuadrado Mágico de Mercurio; el temenos o espacio sagrado donde el rito, la actualización del mito de la semilla de Sissa, se la juega.
El libro se abre con el tratamiento del ajedrez como Idea Eterna, analizando las implicaciones que ello suscita y desarrollando la red de asociaciones que constituirán la constante y la esencia de su despliegue. El AjedreZ, A-Z, considerado como palabra-universo, palabra que abarca la totalidad de lo cognoscible, es la idea sobre la que se apoya la primera sección de la Semilla, que no casualmente aparece dividido en 8 partes. La segunda sección se ocupa específicamente de la identificación entre ajedrez y vida, contraponiendo las célebres afirmaciones de Spassky («el ajedrez es como la vida») y Fischer («el ajedrez es la vida»); la tercera introduce el trigo en la tríada que conforman, según la leyenda de Sissa, el rey, el humilde brahman y la recompensa. La espiga, representación de los misterios de Eleusis, es el premio que el humilde Sissa nunca llega a recibir por haber inventado el ajedrez; la cuarta parte se ocupa de la numerología del 4 y su correspondiente geométrico, el cuadrado. Los elementos astronómicos y numerológicos dominan esta sección del libro, donde aparece ya el tema de las dualidades: la casa solar y la casa lunar como escaques del tablero; la quinta parte, quintaesenciada, es la fundamental: postula el ajedrez no como un juego de guerra, marcial, sino como un juego que antes de nada es filosófico, mercurial, ya que se desarrolla en el Cuadrado Mágico de Mercurio; la sexta trata sobre la reflexividad del ajedrez, sus fractales; la séptima aborda los aspectos materiales del tablero, las figuras, las piezas, los colores y el silencio que preside la partida; finalmente, la octava y última es un canto a la unidad que subyace a la fingida, ilusoria dualidad que la partida establece.
Émile Benveniste fue el primero en establecer la distinción entre jocus y ludus como formas lúdicas que una cultura presenta, formas en las que, al cabo, se reconoce sub specie ludi. Al jocus, mito al que no se apareja rito alguno o cuyo rito ha sido olvidado, opone el ludus, rito que ha usurpado la plaza de su mito originario, provocando su desaparición y sobreviviendo como práctica vacía de significación, abocada a una significación que jamás podrá ser la suya. En sus dominios, las motivaciones que originaron el juego ya no son sentidas por los jugadores, que se entregan a la partida movidos por un deseo de diversión, competición y clasificación. Se habla entonces del fragor de la batalla, de enemistades y duelos por el título mundial: el ajedrez en su pobre forma de fetiche al que se asocian prácticas de jerarquización, premios demasiado posibles (no como el que el humilde Sissa, de haberse corrompido, habría podido aceptar) y declaraciones que, quien se adentre en la Semilla, descubrirá. Cierto, el reino del A-Z es una terra violata por estos especímenes de tropas, pero hay una línea de resistencia que durante cuarenta años se ha ido construyendo y hoy se da de nuevo al lector para que, si le place, pase a engrandecerla. Su bandera es el convencimiento de que «el gran A-Z o AjedreZ, arte dinámico de los contrastes o contrarios, no se juega con odio, sino con la dicha del conocimiento» (Aforismo 98). Y el mérito que jamás se le podrá negar a Eduardo Scala es recuperar – o al menos reclamar – para el ajedrez, «Juego de juegos», el componente de jocus que su caída en ludus le ha negado en el imaginario popular; la recuperación de su origen mítico, de su trascendente y abandonado ser.
[Del prólogo a Scala, E. La Semilla de Sissa, Salamanca: Delirio, 2010]
6 comentarios:
Espero poder arreglarlo para ir.
Un cordial saludo.
Mariano.
Fantástico Mariano. Será un placer tenerte por allí.
Un abrazo
La noche de los libros... Iré porque Scala y Escourido bien valen una misa, pero, como todo el mundo sabe, La noche de los libros es un invento de Aguirre para competir con La noche en blanco de Gallardón. En ambos casos se trata de una gestión deleznable de la cultura, llevada a cabo por personal que no entiende más que de productos enlatados, fórmulas vendibles, big mac literario. Mucho ruido, mucha gente, casi un festival de música. ¿Acaso la Comunidad de Madrid no se ha dado cuenta de que 123 librerías ofreciendo actos a la misma hora podrían fácilmente transformarse en la lógica programación de un año entero? Pero no, que hay que competir con San Jordi y, de paso, sacarnos fotos.
Para loúnicokmegustadetieskatinotegustalokmegustaami: me encanta tu nombre de perfil.
Y espero verte por allí. A mí también me parece que se podría destinar el dinero a hacer un programa transversal a lo largo del año. Son demasiados autores en un sólo día y sale perdiendo la lecto-escritura. Pero el impacto mediático, el impacto social en términos de espectáculo, sería menor. Se sobrevaloran las efemérides.
No podré ir porque estoy en buenosaires y porque es 11 de septiembre.
Ya no me voy de este blog
Ver mi "Entre Gulistan y Bostan", los jardines gemelos del Paraíso
http://tinyurl.com/22qt9fr
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