30 de abril de 2010

No hay guerra

Efectivamente, como dice Scala, no es el ajedrez juego de guerra, pues se juega sobre el 8x8, cuadrado mágico de Mercurio, no sobre el 5x5, dimensiones marciales. Aún así, alrededor del ajedrez se vienen produciendo pequeñas guerras personales, dirmiendo conflictos entre naciones, decidiendo amoríos hacia uno u otro jugador, amén de diversas disputas. Toda disputa puede ser resuelta tablero mediante, previo pacto. Y aunque el tablero no figure una batalla puede ser usado para figurar en clave simbólica algo que siempre es mejor que se quede en el plano simbólico. Y así como figura belicismos, los genera. El vídeo es maravilloso.


28 de abril de 2010

Pobre cartero español

En el momento en que el ajedrez era considerado un elemento sociopolítico clave –sobre todo en lo concerniente a las relaciones internacionales–, España se mostró profundamente hispánica. Durante la Guerra Fría, ajedrecistas de todo el mundo competían por la primacía mundial sobre el tablero, mientras prensa, radio y televisión llevaban a cabo su trabajo asumiendo una ecuación bien simple que reproducían a escala mundial: el país que poseía al mejor ajedrecista poseía el primado mundial en una práctica intelectual de excelencia, lo que aumentaba su prestigio exponencialmente. Ese ansiado aumento de prestigio era útil y significativo: de un lado fomentaba la consideración por parte de otras naciones, predisponiéndolas, en caso de que fuese necesario, a la eventualidad de un liderazgo; de otro, estimulaba la emulación en un panorama donde la emulación de un sistema de gobierno garantizaba la estabilidad político-económica de la potencia central. En ese contexto se explica el despliegue publicitario, la cobertura mediática del match por el título mundial del 72 entre Fischer y Spassky; también lo hacen los ingentes gastos de la U.R.S.S. por mantener su liderazgo en el universo ajedrecístico.

En este momento de gran burocratización del ajedrez, los jugadores eran considerados la punta del iceberg de un sistema trabado. Intocables figuras para las que un nutrido grupo de hombres trabajaban con un esmero comparable al que se aplicaba en el desarrollo de tecnología aeroespacial. Representaban el cuerpo de una nación, que se alegraba y padecía con ellos y/o por ellos. Eran constructores de reputación. De otro modo, biografiar a un adolescente que ni era noble, ni hijo de viejos falangistas, ni tenía sangre real, no se explica.




Portada de la biografía de Arturito Pomar.
Fuentes, Juan M. y Ganzo, Julio, La vida de Arturito Pomar, Madrid, 1946.


El franquismo glorificó y luego olvidó a Arturito. De 1940 –cuando contaba con diez años– a 1966 fue figura recurrente de los NO-DO. Un Urtain ajedrecístico al que jamás se le permitió llegar adonde hubiese podido (según muchos, campeón del mundo. Esto en la época de Alekhine, Fischer…) ¿Por qué? Bueno, mientras sus rivales viajaban con numerosos preparadores, analistas, entrenadores, teóricos, diplomáticos, etc., toda una corte cuyo cometido final era trabajar por la reputación nacional, Pomar iba a los torneos acompañado por su madre. Sólo por su madre. Las consecuencias eran obvias: cuando una partida finalizaba, Fischer, Alekhine, Portisch, Fine, Geller, etc… volvían a su cuarto a descansar, mientras su equipo repasaba el enfrentamiento y extraía valiosas conclusiones que a la mañana siguiente le eran comunicadas a un fresco y preparado Fischer, Alekhine, Portisch, Fine, Geller, etc… Sin embargo, nuestro Arturito hacía el trabajo solo, en su habitación, de noche. Jugaba por el día y analizaba por la noche. No dormía. Y por eso la inercia de sus torneos importantes era siempre la misma: empezaba derrotando a rivales de gran categoría y al final perdía contra gente de nivel inferior, pues no podía con su alma: estaba derrengado.

Profundamente hispánica la actitud de España con Arturito: glorifica al mejor talento de la nación pero no le presta ayuda financiera alguna; lo envía sólo con su madre, cual Quijote con complejo edípico, a enfrentarse a los grandes monstruos –intelectuales y burocráticos- del momento; cuando está machacado –intelectual y físicamente- deja de aparecer en el NO-DO y se le deja languidecer sin ningún tipo de ayuda.

En la escena donde se cuajaba la reputación internacional de un país Pomar y su madre llevaban el peso de representar a la España pretendidamente grande del franquismo. Los dirigentes, conscientes de ello, les dispensaban recepciones oficiales y multitudinarias en Barajas, entre los aplausos de un público que tal vez se extrañaba al ver a Arturito bajarse sólo (sin equipo ajedrecístico, se entiende) del avión. Tal vez creía que era un avión sólo para él, que su equipo venía en otro porque convenía mantener los rostros que luchaban por la reputación de España en el anonimato, a buen recaudo de masones ladinos, conspiradores judaizantes y demás enemigos de la unidad patria. España era una nación grande. Arturito era el elegido para demostrarlo, junto con Urtain, Massiel y el Real Madrid. Para cumplir su misión, sólo tenía que pedir permiso a su jefe en la oficina de correos en la que trabajaba. Le era concedido suspendiéndole el sueldo a cambio de volver con algún obsequio; entonces ya podía coger el avión, que él mismo se sufragaba, y pelear por el título. Garra. También falta de planificación económica, rusticidad, hipocresía y mal gobierno: los calificativos son muchos y no bastan para explicar la mirada de este hombre. «Pobre cartero español –le dice Fischer en el 62, tras una larga y reñida partida que había terminado en tablas-, con lo bien que juegas tendrás que volver a poner sellos cuando acabe el torneo»







21 de abril de 2010

La semilla de Scala


El próximo viernes, día 23, se celebra en Madrid la Noche de los Libros. Tal vez no es lo mejor -ni para autores ni para lectores- acumular una infinidad de eventos en un sólo día teniendo en cuenta que los humanos no somos ubicuos ni podemos ser ubicuos. No obstante, ese día, sumándonos a la ingente programación, estaremos Eduardo Scala y un servidor en la Librería Arrebato (c/ La Palma, 21, metro Tribunal), a las 20. 45, presentando la reedición de La Semilla de Sissa (Delirio, 2010) y celebrando una ceremonia escaquística en la que se comulgará con semillas del Ganges para recordar la leyenda del brahmán que da título a la obra. Para esta entrada del blog, he decidido que lo mejor es ofrecer un extracto del prólogo que he titulado El AjedreZ, terra violata; sobre el poeta en sí habría mucho que decir en muy poco espacio (para su obra visual-verbal Felipe Muriel, Hermetismo y Visualidad, Visor, 2004; para su obra ajedrecistíca, además del libro que presentamos se editará en breve El juZgador de ajedrez); sobre la Semilla, para aquellos que no la conozcan y esta reedición suponga un descubrimiento, hay que decir que la Editorial Delirio ha puesto un empeño enorme en mantenerse fiel a las exigencias formales y numerológicas tan caras al autor. Os esperamos.


El AjedreZ, terra violata [extracto]
Juan Escourido-Muriel

Joseph Needham confiaba en que algún día un antropólogo social produciría una historia que demostrase, casi biológicamente, la conexión genética entre el ajedrez y la estructura común de las técnicas rituales de adivinación. Alfonso X veía reflejado en el microcosmos de la partida el determinismo que rige el macrocosmos universal, convencido como estaba de que el conocimiento de la dimensión divina del tablero daría a «los entendudos […] que saben el Arte de la Astronomía» el poder de predecir el futuro. Al-Mas’udi escribía que cierto rey de la India de nombre Bahit «hizo de este juego una suerte de alegoría de los cuerpos celestes al consagrar cada pieza a un astro» y defendía en su Kitab Murug al-dahab wa-maadin al-gawhar (Libro de las praderas de oro y las minas de piedras preciosas) que el tablero circular, zodiacal, del ajedrez, compuesto por doce escaques (una de sus tantas variantes) había que entenderlo y jugarlo desplazando siete piezas – los cinco planetas, la luna y el sol – sobre los signos del ochavo cielo que lo conforman.



Eduardo Scala recitando una apertura española, postrado sobre un ajedrez,  bajo sus Columnas de Tiempo


En este universo simbólico que provoca la permeabilidad metafórica del ajedrez, uno de los tópicos – tal vez el más recurrente y el que, por vía de insistencia, ha llegado a convertirse en emblema – es el que lo considera un juego de guerra, la figuración de una batalla entre dos bandos enemigos. Suposición errada –digámoslo ya, si bien Eduardo Scala lo dice mejor y con mayor fuerza– ya que no se desarrolla la partida sobre el Cuadrado Mágico de Marte, sino sobre el de Mercurio. En efecto, en el ajedrez aparecen las fuerzas del Ying y el Yang, del semen (piezas blancas) y la sangre (piezas bermejas), del yo y el otro. Pero ese enfrentamiento es la primera ilusión del jugador incapaz de intuir el flujo de continuidad, comunión o danza, que subyace a las fuerzas en concurso. Si alguna batalla refleja el ajedrez es la del ajedrecista contra sí mismo, en una guerra interior, ideal y silenciosa –como precisa el autor de este libro-escaque– situada bajo el signo del «ars combinatoria», no del marcial combate. La partida no es agon; es más bien rito iniciático, místico Camino de Perfección.

El origen de este equívoco, que todavía hoy alimenta la visión carnicera del juego, se explica en las páginas de este libro; es más, su discusión y rebate constituyen su jácena. El autor, cuidadoso como un Rey Sabio con los aspectos numerológicos que encierran su tratado, no por casualidad sitúa en el número 88 este aforismo: «El A-Z no es un juego de guerra, de desgarramiento dualista, sino de unificación mercurial. Juego tántrico: la sustancia única – principio masculino y femenino – en un constante coitus». Ocho, 8, número-infinito, como humanamente infinitas son las posibilidades combinatorias de la partida o el trigo que el brahmán Sissa merece por haber inventado el juego; 8x8, los 64 escaques del tablero, la sublimación de la dualidad ilusoria del universo y el patrón de las dimensiones del Cuadrado Mágico de Mercurio; el temenos o espacio sagrado donde el rito, la actualización del mito de la semilla de Sissa, se la juega.

El libro se abre con el tratamiento del ajedrez como Idea Eterna, analizando las implicaciones que ello suscita y desarrollando la red de asociaciones que constituirán la constante y la esencia de su despliegue. El AjedreZ, A-Z, considerado como palabra-universo, palabra que abarca la totalidad de lo cognoscible, es la idea sobre la que se apoya la primera sección de la Semilla, que no casualmente aparece dividido en 8 partes. La segunda sección se ocupa específicamente de la identificación entre ajedrez y vida, contraponiendo las célebres afirmaciones de Spassky («el ajedrez es como la vida») y Fischer («el ajedrez es la vida»); la tercera introduce el trigo en la tríada que conforman, según la leyenda de Sissa, el rey, el humilde brahman y la recompensa. La espiga, representación de los misterios de Eleusis, es el premio que el humilde Sissa nunca llega a recibir por haber inventado el ajedrez; la cuarta parte se ocupa de la numerología del 4 y su correspondiente geométrico, el cuadrado. Los elementos astronómicos y numerológicos dominan esta sección del libro, donde aparece ya el tema de las dualidades: la casa solar y la casa lunar como escaques del tablero; la quinta parte, quintaesenciada, es la fundamental: postula el ajedrez no como un juego de guerra, marcial, sino como un juego que antes de nada es filosófico, mercurial, ya que se desarrolla en el Cuadrado Mágico de Mercurio; la sexta trata sobre la reflexividad del ajedrez, sus fractales; la séptima aborda los aspectos materiales del tablero, las figuras, las piezas, los colores y el silencio que preside la partida; finalmente, la octava y última es un canto a la unidad que subyace a la fingida, ilusoria dualidad que la partida establece.

Émile Benveniste fue el primero en establecer la distinción entre jocus y ludus como formas lúdicas que una cultura presenta, formas en las que, al cabo, se reconoce sub specie ludi. Al jocus, mito al que no se apareja rito alguno o cuyo rito ha sido olvidado, opone el ludus, rito que ha usurpado la plaza de su mito originario, provocando su desaparición y sobreviviendo como práctica vacía de significación, abocada a una significación que jamás podrá ser la suya. En sus dominios, las motivaciones que originaron el juego ya no son sentidas por los jugadores, que se entregan a la partida movidos por un deseo de diversión, competición y clasificación. Se habla entonces del fragor de la batalla, de enemistades y duelos por el título mundial: el ajedrez en su pobre forma de fetiche al que se asocian prácticas de jerarquización, premios demasiado posibles (no como el que el humilde Sissa, de haberse corrompido, habría podido aceptar) y declaraciones que, quien se adentre en la Semilla, descubrirá. Cierto, el reino del A-Z es una terra violata por estos especímenes de tropas, pero hay una línea de resistencia que durante cuarenta años se ha ido construyendo y hoy se da de nuevo al lector para que, si le place, pase a engrandecerla. Su bandera es el convencimiento de que «el gran A-Z o AjedreZ, arte dinámico de los contrastes o contrarios, no se juega con odio, sino con la dicha del conocimiento» (Aforismo 98). Y el mérito que jamás se le podrá negar a Eduardo Scala es recuperar – o al menos reclamar – para el ajedrez, «Juego de juegos», el componente de jocus que su caída en ludus le ha negado en el imaginario popular; la recuperación de su origen mítico, de su trascendente y abandonado ser.


[Del prólogo a Scala, E. La Semilla de Sissa, Salamanca: Delirio, 2010]

16 de abril de 2010

Un preámbulo propiciatorio

Mullocks, casa de subastas, hace pública hoy una imagen en la que aparecen un joven Adolf Hitler de 20 años y un más experimentado Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, de 39, enfrentándose sobre el tablero. Supuestamente, el grabado habría sido realizado por la profesora de dibujo del propio Hitler. Está fechado en 1909, en Viena, y -atención- se dice que está firmado tanto por la autora como por ambos personajes. A mí me suena a montaje demasiado obvio. Aún así, alguien va a pagar unos 60.000 euros por él. Lo que es bastante raro porque, de no haber fake de por medio, debería tener un valor -creo- bastante superior. Veremos en qué termina esta historia.

Hitler y Lenin jugando al ajedrez en Viena, 1909


Lo cierto es que la imagen suscita varias preguntas: ¿Sobre qué conversaban? ¿Cuántas partidas habrán jugado juntos? ¿Les importaba más ganar o no perder? ¿Quién tenía el estilo más agresivo? ¿Serían buenos amigos? Nunca antes, creo, la simbólica del ajedrez primera, la que ve en las piezas hombres de carne y hueso, tuvo tanto poder propiciatorio.

Además, ahora que sabemos que Lenin vivía a pocos pasos del cabaré Voltaire -donde actuaba con frecuencia- y que era muy amigo de Tzara (en efecto, se ha hipotetizado que uno escribiese las obras del otro y que entre ellos hubiese más que amistad: Dominique Noguez, Lenine Dada, Península, 2009), ¿es descabellado suponer que Hitler se sintiese atraído por el movimiento en el que participaba tan activamente su compañero de tablero y que, en un giro radical, se opusiese a él más tarde? En realidad, sería algo muy propio de los Bildungsroman que tanto le gustaban. En el deseo de construirse una biografía siguiendo los patrones de la mejor tradición alemana es díficil negar que un giro así encaja a la perfección. Habría que analizar detenidamente la actitud contradictoria que tenía Hitler frente al arte, porque mientras por un lado creía que al artista no se le podía juzgar políticamente ya que su profesión lo incapacitaba para el pensamiento político, por otro escribía en Mein Kampf:

"Hace sesenta años hubiera sido inconcebible un descalabro político de la magnitud actual, no menos inconcebible hubiera sido el derrumbamiento cultural que empezó a revelarse a partir de 1900 en concepciones futuristas y cubistas. Sesenta años atrás hubiese resultado sencillamente imposible una exposición de las llamadas “expresiones Dadaístas” y sus organizadores hubieran ido a parar a una casa de orates, en tanto que hoy, llegan incluso a presidir instituciones artísticas. Anomalías semejantes llegaron a observarse en Alemania casi en todos los dominios del arte y de la cultura. Daba la triste medida de nuestra decadencia interna el hecho de que no era posible permitir que la juventud visitase la mayoría de estos pseudo centros artísticos, lo cual quedaba publica y descaradamente establecido al utilizarse la conocida placa de prevención: “entrada prohibida para menores”. Considérese que se tienen que observar medidas de precaución precisamente en aquellos lugares que debían estar destinados sobre todo a la ilustración y educación de la juventud y no a la diversión de círculos viejos y pervertidos. ¿Qué hubiera exclamado Schiller ante tal estado de cosas y con que indignación hubiese Goethe vuelto las espaldas?"

Además, él mismo está en Viena en 1909, cuando se juega esta partida, viviendo de lo que su genio creativo produce. Su relación con el arte es, pues, muy problemática. Habrá que esperar a que algún crítico psicoanalista decida investigar los pasajes en los que Hitler habla sobre creación artística y Dadá para ver si en ellos detecta algún indicio de que se hubiese sentido atraído por esta corriente. De ser así su mandato y sus acciones habría que narrarlos desde otra óptica. Un relato que tal vez podría iniciarse repondiendo a la pregunta de si es posible que la frustracción artística del dictador lo empujase a emprender la obra total.

Aún hay más: si alguna vez estuvo Adolf interesado en dadá y se aproximó a él no sería extraño que hubiese actuado en alguno de los cafés del grupo. O que participase, siquiera como satélite, de cuerpo presente o ausente (mediante cartas en las que le cuentan lo que se habló, quienes estaban, lo que pasaba, etc...) en sus reuniones. Novelistas, ponéos a trabajar. ¡Víctor Balcells Matas, mañana a primera hora quiero un relato sobre la mesa de mi despacho!

Atención a Hitler que juega -claro- con arias, (¿habrá dirigido las negras alguna vez?) y que ya tiene el rey acorralado. Los rusos atacan. Los soviéticos.

14 de abril de 2010

Un cuento de hadas para el subconsciente

Los situacionistas odiaban este juego. Había que acabar con la burguesía, dilapidar sus prácticas, terminar con los epifenómenos más aparentemente inocentes, por lúdicos, de la revolución burguesa. Y mira que esos tíos eran tercos y convincentes. Y persuasivos. Qué persuasivo es Debord. Y aún así, el ajedrez.

Mucho de su odio hacia el juego tal vez provenía del gesto inercial que los definía por oposición a la caduca camarilla dadaísta y surrealista. Para estos últimos el ajedrez era un icono ubicuo. Arrabal, proveniente de aquellos predios y épocas, es un buen ejemplo entre nosotros de cómo se reverberan en el espectáculo, a la manera surrealista, las infinitas posibilidades combinatorias del tablero y la agitación inmediata, desordenada y excesiva de las manifestaciones espontáneas del instinto de juego.

Uno de los numerosos frutos de esa fiebre dadá-surrealista es esta pieza. Aparecen Cocteau, Arp, Calder, Ernst y Willem de Volger. Lo dirige Karl Richter. Pertenece a los primeros años del declive de París y del apogeo de Nueva York, como la nómina insinúa. Sobre el 8x8 de su título se hablará en breve, a propósito de Eduardo Scala y su culto a la cifra mágica.



11 de abril de 2010

La vanidad y el deseo

Es algo que queremos hacer, pero falta seriedad y/o drogas para llevarlo a cabo. Además, parece de ese tipo de cosas que sólo pasan en la pantalla, un soporte al que cada vez le cuesta más inspirar o emocionar. El vídeo está bien. La actuación del tipo muy lograda y el guión bien pensado. El final abierto le sienta muy bien y, hablando de ajedrez erótico, es de los mejores vídeos que hay, por sutileza y realización. El ajedrez ha sido utilizado eróticamente en infinidad de ocasiones desde su origen. Por eso, es muy fácil caer en el signo de los tiempos y hacer algo banal. Nevertheless, el vídeo no es banal, y además muestra la lucha entre la cabeza y la pasión, entre la vanidad y el deseo. Disfrútalo.

7 de abril de 2010

No sabías que Kubrick también actuaba

Sobre la obsesión de Kubrick con el ajedrez dice Jeremy Bernstein en la New York Review of Books:

S. Kubrick y George C. Scott jugando al ajedrez
durante el rodaje de Dr. Strangelove

Our first meeting was at the Hotel Dorchester in London where he was temporarily living with his family. Kubrick brought out a chess set and beat me promptly. Then we played three more games and he beat me less promptly. But I won the fifth game! Seizing the moment I told him that I had been hustling him and had deliberately lost the first four games. His response was that I was a patzer. All during the filming of 2001 we played chess whenever I was in London and every fifth game I did something unusual. Finally we reached the 25th game and it was agreed that this would decide the matter. Well into the game he made a move that I was sure was a loser. He even clutched his stomach to show how upset he was. But it was a trap and I was promptly clobbered. “You didn’t know I could act too,” he remarked.

Empezamos muriendo: Vitali Sevastiánov



Uno de los más conocidos cosmonautas rusos, Vitali Sevastiánov, quien realizó dos vuelos espaciales en los años 70, falleció en Moscú a la edad de 74 años. Sevastiánov nació en 1935 en la zona de los Montes Urales. Estudió ingeniería aeronáutica en el Instituto Técnico Moscovita (MAI) y se enroló en el destacamento de astronautas soviéticos en 1968. Al principio, Sevastiánov formó parte de la tripulación entrenada para hacer vuelos a la Luna, pero luego de que el programa lunar de la URSS fue cerrado, el cosmonauta continúo entrenando para volar en la nave espacial Soyuz.

En 1970, Sevastiánov realizó su primer vuelo al espacio en la nave Soyuz-9. Estableció un récord al permanecer en el espacio 17 días y 17 horas. Además de ser cosmonauta, Sevastiánov también era un buen ajedrecista. Durante aquel vuelo tuvo lugar la primera partida de ajedrez a distancia en la cual un jugador estaba en el planeta y el otro fuera, en órbita. Para esa partida hubo de crearse un tablero especial, con piezas inmunes a la ingravidez. Antes de que algú npaís invada Rusia y se lo lleve, el tablero se exhibe en el Museo de Ajedrez de Moscú.