Los situacionistas odiaban este juego. Había que acabar con la burguesía, dilapidar sus prácticas, terminar con los epifenómenos más aparentemente inocentes, por lúdicos, de la revolución burguesa. Y mira que esos tíos eran tercos y convincentes. Y persuasivos. Qué persuasivo es Debord. Y aún así, el ajedrez.
Mucho de su odio hacia el juego tal vez provenía del gesto inercial que los definía por oposición a la caduca camarilla dadaísta y surrealista. Para estos últimos el ajedrez era un icono ubicuo. Arrabal, proveniente de aquellos predios y épocas, es un buen ejemplo entre nosotros de cómo se reverberan en el espectáculo, a la manera surrealista, las infinitas posibilidades combinatorias del tablero y la agitación inmediata, desordenada y excesiva de las manifestaciones espontáneas del instinto de juego.
Uno de los numerosos frutos de esa fiebre dadá-surrealista es esta pieza. Aparecen Cocteau, Arp, Calder, Ernst y Willem de Volger. Lo dirige Karl Richter. Pertenece a los primeros años del declive de París y del apogeo de Nueva York, como la nómina insinúa. Sobre el 8x8 de su título se hablará en breve, a propósito de Eduardo Scala y su culto a la cifra mágica.
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