14 de abril de 2010

Un cuento de hadas para el subconsciente

Los situacionistas odiaban este juego. Había que acabar con la burguesía, dilapidar sus prácticas, terminar con los epifenómenos más aparentemente inocentes, por lúdicos, de la revolución burguesa. Y mira que esos tíos eran tercos y convincentes. Y persuasivos. Qué persuasivo es Debord. Y aún así, el ajedrez.

Mucho de su odio hacia el juego tal vez provenía del gesto inercial que los definía por oposición a la caduca camarilla dadaísta y surrealista. Para estos últimos el ajedrez era un icono ubicuo. Arrabal, proveniente de aquellos predios y épocas, es un buen ejemplo entre nosotros de cómo se reverberan en el espectáculo, a la manera surrealista, las infinitas posibilidades combinatorias del tablero y la agitación inmediata, desordenada y excesiva de las manifestaciones espontáneas del instinto de juego.

Uno de los numerosos frutos de esa fiebre dadá-surrealista es esta pieza. Aparecen Cocteau, Arp, Calder, Ernst y Willem de Volger. Lo dirige Karl Richter. Pertenece a los primeros años del declive de París y del apogeo de Nueva York, como la nómina insinúa. Sobre el 8x8 de su título se hablará en breve, a propósito de Eduardo Scala y su culto a la cifra mágica.



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